Día 25: Consagración a la Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad para culminar el 31 de Mayo.

De los Escritos de Luisa Picarreta:
«La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.»

25° día

Nazaret, Símbolo y Realidad del Reino del Fiat Divino.
Vida Oculta. La Depositaria. Fuente y Canal perenne
de los Bienes de Jesús. Visita al Templo. María, Modelo
de Oración. Extravío de Jesús. Alegrías y Dolores.

El alma a su Soberana Reina:

Mamá Dulcísima, heme aquí de nuevo cerca de tus rodillas maternas, donde te encuentras junto con el Niñito Jesús, y tú, acariciándolo le cuentas tu historia de Amor, y Jesús te cuenta la Suya. ¡Oh!, cómo es bello encontrar a Jesús y a la Mamá que se platican mutuamente, y es tanto el ímpetu de Su Amor que quedan mudos, raptada la Madre en el Hijo y el Hijo en la Madre. Mamá Santa, no me apartes, sino tenme junto a fin de que escuchando lo que dicen aprenda a amaros y a hacer siempre la Santísima Voluntad de Dios.

Lección de la Reina del Cielo:

Hija queridísima, ¡oh!, cómo te esperaba para continuar mis Lecciones sobre el Reino que el Fiat Supremo extendía siempre más en mí. Ahora, tú debes saber que la pequeña Casa de Nazaret, para tu Mamá, para el Querido y Dulce Jesús y para San José, era un Paraíso. Mi Querido Hijo, siendo Verbo Eterno, poseía en Sí Mismo, por Virtud Propia, la Divina Voluntad, y en aquella Pequeña Humanidad residían Mares inmensos de Luz, de Santidad, de Alegrías y de Bellezas infinitas, y yo poseía por Gracia el Querer Divino, y si bien yo no podía abrazar la inmensidad como el Amado Jesús, porque Él era Dios y Hombre, y yo era siempre Su criatura finita, pero con todo y esto el Fiat Divino me llenó tanto, que había formado Sus Mares de Luz, de Santidad, de Amor, de Bellezas y de Felicidad, y era tanta la Luz, el Amor, y todo lo que puede Poseer un Querer Divino que salía de Nosotros, que San José quedaba eclipsado, inundado y vivía de nuestros reflejos. Hija querida, en esta Casa de Nazaret estaba en pleno vigor el Reino de la Divina Voluntad. Cada pequeño acto nuestro, esto es: el trabajo, el encender el fuego, el preparar el alimento, estaban todos animados por el Querer Supremo y formados sobre la solidez de la Santidad del Puro Amor. Por eso, de todos nuestros actos, del más pequeño al más grande, salían Alegrías, Felicidad, Bienaventuranzas inmensas, y nosotros quedábamos de tal manera inundados, que nos sentíamos como bajo una fuerte lluvia de nuevas Alegrías y Contentos indescriptibles. Hija mía, tú debes saber que la Divina Voluntad Posee en Naturaleza la Fuente de las Alegrías, y se deleita cuando Reina en la criatura, de dar en cada acto suyo el Acto Nuevo continuo de Sus Alegrías y Felicidad. ¡Oh!, cómo éramos felices, todo era Paz, suma Unión, y el uno se sentía honrado de obedecer al otro, también mi Querido Hijo hacía competencia, porque quería ser mandado en las pequeñas labores, por mí y por el querido San José. ¡Oh!, cómo era bello verlo en el Acto en que ayudaba a Su Padre putativo en las labores del trabajo, verlo que tomaba el alimento, pero ¿cuántos Mares de Gracia hacía correr en aquellos Actos a favor de las criaturas?

Ahora, hija querida, escúchame, en esta Casa de Nazaret fue formado en tu Mamá y en la Humanidad de mi Hijo el Reino de la Divina Voluntad, para hacer Don, de Él a la familia humana cuando se hubieran dispuesto a recibir el Bien de este Reino. Y si bien mi Hijo era Rey y yo Reina, pero éramos Rey y Reina sin pueblo; nuestro Reino, si bien podía encerrar a todos y dar vida a todos, estaba desierto, porque se requería primero la Redención para preparar y disponer al hombre a venir a este Reino tan Santo. Mucho más, que siendo poseído por mí y por mi Hijo, que pertenecíamos según el orden humano a la familia humana, y en Virtud del Fiat Divino y del Verbo Encarnado a la Familia Divina, las criaturas recibían el derecho de entrar en este Reino, y la Divinidad cedía el derecho y dejaba las puertas abiertas a quien quisiera entrar. Así que nuestra Vida Oculta durante tantos años sirvió para preparar el Reino de la Divina Voluntad a las criaturas; por esto quiero hacerte conocer lo que obró en mí este Fiat Supremo, a fin de que olvides tu voluntad, y dando la mano a tu Madre, te pueda conducir en los Bienes que con tanto amor te he preparado.

Ahora, escucha, hija querida, otro Don de Amor que en esta Casa de Nazaret me hizo mi querido Jesús, Él me hizo Depositaria de toda Su Vida. Dios cuando hace una Obra no la deja suspendida, ni en el vacío, sino que busca siempre una criatura donde poder encerrar y apoyar toda Su Obra, de otra manera habría peligro de que Dios expusiera Sus Obras a la inutilidad, lo que no puede ser. Por eso, mi querido Jesús ponía en mí Sus Obras, Sus Palabras, Sus Penas, todo, hasta el Respiro depositaba en Su Mamá, y cuando retirados en nuestra habitacioncita, Él tomaba Su Dulce Hablar y me narraba todos los Evangelios que debía Predicar al pueblo, los Sacramentos que debía Instituir, todo me confió, y poniendo todo en mí me constituía Canal y Fuente perenne, porque de mí debía salir Su Vida y todos Sus Bienes a favor de todas las criaturas. ¡Oh!, cómo me sentía rica y feliz al sentir que ponía en mí todo lo que hacía mi Querido Hijo Jesús. El Querer Divino que Reinaba en mí me daba el espacio para poder recibir todo, y Jesús recibía de Su Mamá la correspondencia del Amor, de la Gloria por la gran Obra de la Redención. ¿Qué cosa no recibí de Dios por no hacer jamás mi voluntad, sino siempre la Suya? Todo, también la misma Vida de mi Hijo estaba a mi disposición, y mientras quedaba siempre en mí, podía bilocarla para darla a quien con amor me la pidiese. Ahora, si hicieras siempre la Divina Voluntad y jamás la tuya, y vivieras en Ella, yo, tu Mamá, haré el depósito de todos los Bienes de mi Hijo en tu alma. ¡Oh!, cómo te sentirás afortunada, tendrás una Vida Divina a tu disposición, que todo te dará, y yo, haciéndote de verdadera Mamá, me pondré en guardia a fin de que esta Vida crezca en ti y forme en ti el Reino de la Divina Voluntad.

Nosotros continuábamos nuestra vida en la quietud de la Casita de Nazaret, y mi Querido Hijo crecía en Gracia y en Sabiduría, Él era atractivo por la dulzura y por la suavidad de Su Voz, por el dulce encanto de Sus Ojos, por la amabilidad de toda Su Persona; sí, mi Hijo era en verdad Bello, sumamente Bello. Apenas había alcanzado la edad de doce años, cuando fuimos según la usanza a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Nos pusimos en camino, Él, San José y yo. Frecuentemente, mientras íbamos devotos y recogidos, mi Jesús rompía el silencio y nos hablaba ahora de Su Padre Celestial y ahora del Amor inmenso que en Su Corazón alimentaba por las almas. En Jerusalén nos dirigimos directamente al Templo, y habiendo llegado nos postramos con la cara en tierra, adoramos profundamente a Dios y oramos largamente. Nuestra Oración era de tal manera fervorosa y recogida, que abría el Cielo, atraía y ataba al Celestial Padre, y por eso aceleraba la reconciliación entre Él y los hombres.

Ahora, hija, mía, te quiero confiar una pena que me tortura: Desgraciadamente hay tantos que van a la iglesia para rogar, pero la plegaria que ellos dirigen a Dios se queda en sus labios, porque su corazón y su mente están lejos de Él. Cuántos van a la iglesia por pura costumbre o para pasar inútilmente el tiempo, estos cierran el Cielo en vez de abrirlo; y ¡cómo son numerosas las irreverencias que se cometen en la Casa de Dios! Cuántos flagelos no se podrían evitar en el mundo, y cuántos castigos no se convertirían en gracias, si todas las almas se esforzaran en imitar nuestro ejemplo. Solamente la plegaria que sale de un alma en la cual Reina la Divina Voluntad, obra en modo irresistible sobre el Corazón de Dios, ella es tan poderosa de vencerlo y de obtener de Él las máximas Gracias. Ten por eso cuidado de vivir en el Divino Querer, y tu Mamá, que te ama, cederá a tu plegaria los derechos de su Poderosa Intercesión.

Después de haber cumplido nuestro deber en el Templo y de haber celebrado la Pascua, nos dispusimos a regresar a Nazaret. En la confusión de la multitud nos perdimos; yo quedé con las mujeres y José se unió a los hombres. Miré a mi alrededor para asegurarme si mi querido Jesús se había venido conmigo, pero no habiéndolo visto pensé que Él habría permanecido con Su Padre San José. Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no Lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos. Quebrantados por el dolor regresamos apresuradamente, preguntando con ansia a cuantos encontrábamos: “¡Ah!, díganos si habéis visto a Jesús, nuestro Hijo, porque no podemos vivir sin Él.” Y llorando Lo describíamos: “Él es todo Amable, Sus Bellos Ojos azules resplandecen de Luz y hablan al corazón; Su Mirada golpea, rapta, encadena; Su Frente es Majestuosa, Su Rostro es Bello, de una belleza encantadora; Su Voz Dulcísima desciende hasta el corazón y endulza todas las amarguras; Sus Cabellos rizados, y como de oro finísimo Lo hacen Hermoso, Gracioso; todo es Majestad, Dignidad, Santidad en Él; Él es el más Bello entre los hijos de los hombres.” Sin embargo, a pesar de nuestra búsqueda ninguno nos supo decir nada, el Dolor que yo sentía se recrudecía en modo tal, que me hacía llorar amargamente y abría a cada instante en mi Alma Heridas profundas, las cuales me provocaban verdaderos espasmos de muerte. Hija querida, si Jesús era mi Hijo, Él era también mi Dios, por eso mi Dolor fue todo en el Orden Divino, se puede decir, tan potente e inmenso, de superar todos los otros posibles dolores juntos. Si el Fiat que yo poseía no me hubiera sostenido continuamente con Su Fuerza Divina, yo habría muerto de espanto. Viendo que ninguno nos sabía dar noticias, ansiosa interrogaba a los Ángeles que me rodeaban: “Díganme, ¿dónde está mi Querido Jesús? ¿Adónde debo dirigir mis pasos para poderlo encontrar? ¡Ah!, díganle que no puedo más, tráiganmelo sobre vuestras alas a mis brazos. ¡Ángeles míos, tengan piedad de mis Lágrimas, socórranme, tráiganme a Jesús!”

En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al Templo, yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los Doctores de la Ley, Él hablaba con tal Sabiduría y Majestad, que cuantos Lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de Su extravío. Y ahora una palabrita a ti, hija queridísima: En este Misterio, mi Hijo quiere darnos a mí y a ti una enseñanza sublime. ¿Podrías acaso suponer que Él ignorase lo que yo sufría? Todo lo contrario, porque mis Lágrimas, mi búsqueda, mi crudo e intenso Dolor se repercutían en Su Corazón, sin embargo, durante aquellas horas tan penosas, Él sacrificaba a Su Divina Voluntad a Su propia Mamá, a Aquélla que Él amaba tanto, para demostrarme cómo también yo, un día debía sacrificar Su Misma Vida al Querer Supremo. En esta Pena indecible no te olvidé querida mía; pensando que ella te habría servido de ejemplo, la puse a tu disposición, a fin de que también tú pudieras tener, en el momento oportuno, la fuerza de sacrificar toda cosa a la Divina Voluntad. En cuanto Jesús terminó de hablar, nos acercamos reverentes a Él, y Le dirigimos un dulce reproche: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” Y Él, con Dignidad Divina nos respondió: “¿Por qué Me buscaban? ¿No saben que Yo he venido al mundo para Glorificar a Mi Padre?”Habiendo comprendido el alto significado de tal respuesta y habiendo adorado en ella al Querer Divino, regresamos a Nazaret.

Hija de mi Materno Corazón, escucha, cuando extravié a mi Jesús, el Dolor que sentí fue muy intenso, sin embargo, a éste se agrega todavía un segundo, el de tu mismo extravío. En efecto, previendo que tú te habrías alejado de la Voluntad Divina, yo me sentí por un tiempo privar del Hijo y de la hija, y por eso mi Maternidad sufrió un doble golpe. Hija mía, cuando estés a punto de hacer tu voluntad en vez de la de Dios, reflexiona que, abandonando al Fiat Divino, estás por extraviar a Jesús y a mí, y por precipitarte en el reino de las miserias y de los vicios. Mantén entonces la palabra que me diste de permanecer indisolublemente unida a mí, y yo te concederé la Gracia de no dejarte jamás dominar por tu querer, sino exclusivamente por el Divino.

El alma:

Mamá Santa, en tus brazos me abandono, soy una pequeña hija que siente la necesidad extrema de tus cuidados maternos. ¡Ah!, te pido que tomes mi voluntad y la encierres en tu Corazón, no me la de más, para que pueda ser feliz viviendo siempre de Voluntad Divina, así te contentaré a ti y a mi querido Jesús.

Mamá, yo tiemblo pensando en los abismos en los cuales mi voluntad es capaz de precipitarme, por causa suya yo puedo perderte a ti, puedo perder a Jesús y todos los Bienes Celestiales. Mamá, si tú no me ayudas, si no me ciñes con la Potencia de la Luz del Querer Divino, siento que no me es posible vivir con constancia de Voluntad Divina. Pongo, por eso, toda mi esperanza en ti, en ti confío, de ti todo espero. Así sea.

Florecita: Hoy para honrarme vendrás a hacer tres visitas a la Casa de Nazaret para honrar a la Sagrada Familia, recitando tres Pater, Ave y Gloria, rogándonos que te admitamos a vivir en medio a nosotros, y para compadecer el Dolor intenso que sentí durante tres días en que permanecí privada de mi Jesús.

Jaculatoria: Jesús, María y José, pónganme a vivir en el Reino de la Voluntad de Dios. Mamá Santa, haz que yo pierda para siempre mi voluntad, para vivir sólo en el Divino Querer

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Sigue Día 26


Fuente:
Luisa Picarreta, La Reuna del Cielo.
Luisa Picarreta, Libro de Oraciones en la Divina Voluntad.

Oraciones Para la Semana, por Luisa Picarreta:
https://aparicionesdejesusymaria.wordpress.com/wp-content/uploads/2024/02/oraciones-para-la-semana-1.pdf

Todos los Mensajes de Luisa Picarreta publicados en este blog:
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