Rosario Gozoso en Latín – Con Meditaciones de Luisa Picarreta.

***

Sanctíssimi Rosárii

GAUDIOSA

  1. Anuntiatio.
  2. Visitatio.
  3. Nativitas.
  4. Præsentatio.
  5. Inventio in Templo.

***


Meditaciones tomadas de los Escritos de Luisa Picarreta:
«La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.»

Santísimo Rosario Gozoso

 (Lunes y Sábado)

1. LA ANUNCIACIÓN.

“Y mientras oraba en mi habitación, un ángel viene mandado del Cielo como mensajero del gran Rey, se me pone delante e inclinándose me saludó: “Ave, ¡oh!, María, Reina nuestra, el Fiat Divino te ha llenado de gracia. Ya ha pronunciado el Fiat porque quiere descender, está detrás de mí, pero quiere tu Fiat para formar el cumplimiento de Su Fiat.” Ante un anuncio tan grande, tan deseado por Mí, pero jamás había pensado que fuera Yo la elegida, quedé estupefacta y vacilé un instante, pero el ángel del Señor me dijo: “No temas Reina nuestra, Tú has encontrado gracia ante Dios, Tú has vencido a tu Creador, por eso, para cumplir la victoria pronuncia tu Fiat.” Yo pronuncié el Fiat, y ¡oh!, maravilla, los dos Fiat se fusionaron y el Verbo Divino descendió en Mí. Mi Fiat, que era valorado con el mismo valor del Fiat Divino, formó del germen de mi humanidad la pequeñita Humanidad que debía encerrar al Verbo, y fue cumplido el gran prodigio de la Encarnación.”
(La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad, 17º Día)

2.  LA VISITACIÓN.

Partí de Nazaret acompañada de san José, afrontando un largo viaje y atravesando montañas para ir a visitar en Judea a Isabel que, a avanzada edad, milagrosamente llegaba a ser madre…
Después de algunos días de viaje llegué finalmente a Judea, y presurosa me conduje a la casa de Isabel. Ella vino a mi encuentro festiva. Al saludo que le di sucedieron fenómenos maravillosos, mi pequeño Jesús exultó en mi seno y fijando con los rayos de la propia Divinidad al pequeño Juan en el seno de su madre, lo santificó, le dio el uso de la razón y le hizo conocer que Él era el Hijo de Dios. Juan entonces saltó tan fuertemente de amor y alegría, que Isabel se sintió sacudida, golpeada también ella por la Luz de la Divinidad de mi Hijo, supo que Yo me había convertido en la Madre de Dios, y en el énfasis de su amor, temblando de gratitud exclamó: “¿De dónde a mí tanto honor, que la Madre de mi Señor venga a mí?”
Yo no negué el altísimo misterio, más bien lo confirmé humildemente. Alabando a Dios con el canto del Magnificat, canto sublime por medio del cual continuamente la Iglesia me honra, anuncié que el Señor había hecho grandes cosas en Mí, su esclava, y por esto todas las gentes me habría llamado bienaventurada.
(La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad, 18º Día)

3.  LA NATIVIDAD.

“Tú debes saber que era media noche cuando el pequeño Rey salió de Mi seno materno, pero la noche se cambió en día; Aquél, que era Dueño de la Luz, ponía en fuga la noche de la voluntad humana, la noche del pecado, la noche de todos los males; y por señal de lo que hacía en el orden de las almas con Su acostumbrado Fiat Omnipotente, la media noche se cambió en día fulgidísimo; todas las cosas creadas corrían para alabar en aquella pequeña Humanidad a su Creador. El sol corría para dar sus primeros besos de luz al Niñito Jesús y calentarlo con su calor; el viento imperante con sus oleadas, purificaba el aire de aquel establo y con su dulce gemido le decía, Te amo; los cielos se sacudían desde sus cimientos; la tierra exultaba y temblaba, hasta en el abismo; el mar se agitaba con sus olas altísimas; en suma, todas las cosas creadas reconocieron que su Creador ya estaba en medio de ellas, y todas hacían competencia para alabarlo, los mismos Ángeles, formando luz en el aire, con voz melodiosa, de poderse escuchar por todos, decían: “Gloria a Dios en lo más alto de los Cielos y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad, ya ha nacido el celestial Niñito en la gruta de Belén, envuelto en pobres pañales.” Tanto, que los pastores que estaban en vigilia escucharon las voces angélicas y corrieron a visitar al pequeño Rey Divino.”
(La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad, 20º Día)

4.    LA PRESENTACIÓN.

“Tú debes saber que son ya cuarenta días que nos encontramos en esta gruta de Belén, la primera morada de mi Hijo acá abajo…
Ahora, habiendo llegado el término de los cuarenta días, el querido niño, más que nunca ahogado en Su Amor, quiso obedecer a la ley y presentarse al Templo para ofrecerse por la salvación de cada uno…
Era la primera vez que tu Mamá y san José salíamos juntos con el pequeño Jesús, toda la Creación reconoció a su Creador y se sintieron honrados en tenerlo en medio a ellos, y poniéndose en actitud de fiesta nos acompañaron a lo largo del camino. Llegados al Templo nos postramos y adoramos a la Majestad Suprema, y después lo pusimos en brazos del sacerdote, que era Simeón, el cual lo ofreció al Eterno Padre por la salvación de todos, y mientras lo ofrecía, inspirado por Dios reconoció al Verbo Divino, y exultando de inmensa alegría adoró y agradeció al querido niño, y después del ofrecimiento profetizó y predijo todos mis dolores. ¡Oh!, cómo el Fiat Supremo dolorosamente hizo sentir a mi materno Corazón, con sonido vibrante, la fatal tragedia de todas las penas que habría de sufrir mi Hijo Divino. Cada palabra era espada cortante que me atravesaba, pero lo que más me traspasó el Corazón, fue el oír que este celestial Infante sería no sólo la salvación, sino también la ruina de muchos y el blanco de las contradicciones. ¡Qué pena! ¡Qué dolor! Si el Querer Divino no me hubiera sostenido habría muerto al instante de puro dolor. En cambio, me dio vida para comenzar a formar en Mí el reino de los dolores en el Reino de Su misma Divina Voluntad”
(La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad, 22º Día)

5.  HALLAZGO EN EL TEMPLO.

“Nosotros continuábamos nuestra vida en la quietud de la casita de Nazaret, y mi querido Hijo crecía en gracia y en sabiduría, Él era atractivo por la dulzura y por la suavidad de Su Voz, por el dulce encanto de Sus ojos, por la amabilidad de toda Su persona; sí, mi Hijo era en verdad bello, sumamente bello. Apenas había alcanzado la edad de doce años, cuando fuimos según la usanza a Jerusalén para la celebración de la Pascua. Nos pusimos en camino, Él, san José y Yo…
En Jerusalén nos dirigimos directamente al Templo, y habiendo llegado nos postramos con la cara en tierra, adoramos profundamente a Dios y oramos largamente. Nuestra oración era de tal manera fervorosa y recogida, que abría el Cielo, atraía y ataba al celestial Padre, y por eso aceleraba la reconciliación entre Él y los hombres…
Después de haber cumplido nuestro deber en el Templo y de haber celebrado la Pascua, nos dispusimos a regresar a Nazaret. En la confusión de la multitud nos perdimos; Yo quedé con las mujeres y José se unió a los hombres. Miré a mi alrededor para asegurarme si mi querido Jesús se había venido conmigo, pero no habiéndolo visto pensé que Él habría permanecido con su padre san José. Cual no fue mi asombro e inquietud que sentí cuando llegados al punto donde nos debíamos reunir y no lo vi a su lado. Sin saber lo que había sucedido, sentimos tal espanto y tal dolor que nos quedamos mudos los dos.
En tanto, habiendo resultado vana toda búsqueda, regresamos a Jerusalén, después de tres días de amarguísimos suspiros, de lágrimas, de ansias y de temores, entramos al templo, Yo era toda ojos y buscaba por todos lados, cuando de repente, finalmente, con gozo descubrí a mi Hijo que estaba en medio de los doctores de la ley, Él hablaba con tal sabiduría y majestad, que cuantos lo escuchaban permanecían raptados y sorprendidos; al sólo verlo sentí que me regresaba la vida y rápido comprendí la oculta razón de su extravío…
En este misterio mi Hijo quiere darnos a Mí y a ti una enseñanza sublime. ¿Podrías acaso suponer que Él ignorase lo que Yo sufría? Todo lo contrario, porque mis lágrimas, mi búsqueda, mi crudo e intenso dolor se repercutían en Su Corazón, sin embargo, durante aquellas horas tan penosas, Él sacrificaba a Su Divina Voluntad a Su propia Mamá, a Aquella que Él amaba tanto, para demostrarme cómo también Yo, un día debía sacrificar Su misma Vida al Querer Supremo.”
(La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad, 25º Día)

Oración final:
Infunde, Señor, en nuestras almas el Don de Tu Divina Voluntad para que, los que hemos conocido el anuncio del Reino de la Divina Voluntad, en virtud de la Encarnación, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo podamos vivir la plenitud de Su Resurrección en Tu Divina Voluntad como en el Cielo así en la tierra. Tú que Vives y Reinas por los siglos de los siglos. Amén.

***


Jueves

Rosario Luminoso en Latín – Con Meditaciones de Luisa Picarreta.

Martes y Viernes

Rosario Doloroso en Latín – Con Meditaciones de Luisa Picarreta.

Miércoles y Domingo

Rosario Glorioso en Latín – Con Meditaciones de Luisa Picarreta.


***

Fuente:
Devociones Catolicas
Luisa Picarreta: La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad

Esta entrada fue publicada en Mensajes y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.